// Publicado originalmente en El Día de Salamanca el 18 de febrero de 2017 //
La frase del famoso arquitecto Louis Sullivan “La forma (siempre) sigue a la función”, que tan bien representa al Diseño, puede resultar chocante, por colocar a una por delante de la otra. Pero la lógica con la que la construyó, partiendo de la observación de la naturaleza, devuelve a este binomio su carácter de pareja indisociable: no hay función sin forma.
En más de una ocasión la frase en cuestión se ha vuelto en mi contra, usada cual ariete para defender cómo lo importante era lo que estaba escrito en el título de un periódico y no el cómo. “Lo importante son los contenidos, juanRa”, me repetía el director de un diario, mientras peleaba con él acerca del uso del interletraje en los titulares o del uso de uno u otro tipo de letra. “Más importante es que se lea, querido director”, le repetía yo quedándome corto en las explicaciones, que no es plan de dar aquí una teórica sobre para qué sirve el diseño periodístico. Y así, uno y otro, entrábamos en batalla recurrente si no era con esto era con aquello. Y es que la frase de Sullivan ha hecho mucho daño porque en más de una ocasión ha sido mal interpretada. Tanto es así, que el propio Sullivan, ya anciano, tuvo que aclarar que con la frase no estaba jerarquizando la función por encima de la forma, sino manifestando que ambas son inseparables, como unos siameses. Porque la forma es para algunos una molesta y necesaria circunstancia para llegar a la función, que es lo que realmente importa. Es algo parecido a lo que plantea Ken Robinson en su famosa charla TED Las escuelas matan la creatividad, cuando habla de lo que representa el cuerpo para los profesores universitarios: un simple instrumento para transportar sus cabezas a las reuniones. ¡Como si las cabezas pudieran funcionar sin el cuerpo! Y es que el divorcio entre forma y función resulta tan estéril como el de distinguir nuestro cuerpo de nuestra mente.
Lo curiosos es que Sullivan, que era un arquitecto racionalista que había ganado su fama diseñando edificios tras el gran incendio que sufrió la ciudad de Chicago en 1871, acuñó la frase desde una lógica más darwiniana que arquitectónica: “Donde la función no cambia, la forma tampoco lo hace”. Un razonamiento muy cercano al del científico inglés autor de El origen de las especies al descubrir que los picos de determinadas aves de las islas Galápagos habían cambiado su forma para adaptarse a una determinada función: la de alimentarse de uno u otro modo. La misma lógica que según esta teoría ha conducido a todas las especies a adoptar cambios genéticos con consecuencias formales claras en sus organismos: algunos tan visibles como el cuello de la jirafa o el hocico del oso hormiguero.
Así que es en la naturaleza donde la forma, obviamente, sigue a la función. Y eso son palabras mayores. La forma se convierte en ventaja evolutiva frente a otras especies que al adaptarse peor acaban desapareciendo. O simplemente se adapta a la función con la que cumple: por eso los huevos tienen forma de huevo, porque son más fáciles de poner. ¿O se imaginan lo doloroso de poner huevos cuadrados? A los Darwinistas les ha costado más de un disgusto su fama leonina de ‘esto es la selva y sálvese quien pueda’, que no es más que una simplificación de su teoría. Porque una cosa es explicar el origen de las especies y la evolución y otra muy distinta justificar el ‘te piso si me molestas’. En esto, se ve que la humanidad ha encontrado una ventaja evolutiva en vivir en paz. O bien, ha superado la lógica aplastante de la naturaleza más salvaje y ha decidido superarla. De otro modo, no se explicaría lo que el otro día nos recordaba Juan Luis Arsuaga en el Instituto de Neurociencias (hay que ver cuántas cosas buenas se cuecen allí): que los homínidos de Atapuerca cuidaban de algunos de los miembros de su grupo pese a su discapacidad, algo que bajo una perspectiva simple, sería contrario a la teoría de la evolución entendida como la ley del más fuerte. Desde luego que en aquel momento no estaba un Trump como jefe de la tribu, eso está claro. Lo que no está tan claro es si estas modificaciones en el diseño, en la forma de las especies y aquello que las rodea ha sido fruto de infinitas combinaciones de ensayo-error o cuentan con una lógica más económica que el dispendio de la anterior.
Así que si los ejemplos más notorios y palpables de adaptación de la forma a la función los tenemos en la naturaleza, igual no nos vendría mal a los diseñadores prestar un poco más de atención a la biología, y dejar de consultar tanto el Pinterest.