// Publicado originalmente en El Día de Salamanca el 11 de diciembre de 2016 //
Como cada Navidad, ponemos a prueba nuestra retina, hiperestimulada por tanto destello, luz y brillo procedente de los más insospechados objetos que no paran de llamar nuestra atención. Las ciudades se inundan de reflejos, de leds que parpadean o se mueven, de diferentes colores. Y nuestra propia casa, también. Estamos rodeados. ¿Es kitsch la Navidad? ¿Hay salida? ¿Me debo sentir mal porque me guste? Vamos a intentar responder a algunas de estas preguntas.
La estética de la Navidad es un exceso. De esto no cabe duda. La naturaleza cuando quiere hacer algo así, excesivo, exuberante, lo hace con mejor tino: se llama primavera. Pero nosotros, esperando el solsticio de invierno, con menos luz que en cualquier época del año, lo que se nos ocurre es llenar de luces la ciudad para salir de la depresión y, cómo no, para que compremos más. Se trata de alterar nuestros sentidos para llevarlos a un ritmo mayor, diferente al del letargo invernal (que parece que es lo que nos pide el cuerpo) y sacarnos a la calle. Y para conseguirlo, nos empleamos en llamar la atención de algunos de nuestros más importantes sentidos: vista, oído y gusto.
Usamos toda la artillería con la que contamos: luces de Navidad y villancicos a cascoporro. Para el paladar, curiosamente, usamos dulces de tradición árabe en una fiesta que celebra la cristiandad: almendra y miel en abundancia, mazapanes, polvorones y turrón. En otros lugares, como centro Europa, lo acompañan de vino tinto con azúcar y especias: glühwein, llaman a tan poderosa bebida. Así entra en calor cualquiera, mientras visita uno de esos bonitos mercados navideños que también ahora hemos importado a nuestras plazas. Pruébenlo, cura el catarro.
La Real Academia, dice del kitsch que reúne tres características: es una estética pretenciosa, pasada de moda y considerada de mal gusto. No sé si nos ha sacado de dudas. Hombre, a juzgar por los brillos y por los destellos, sí que parece algo pretenciosa. Porque luego rascas, y es todo de mentira. Vamos, que no es oro todo lo que reluce. Pensemos en los paquetes de la cabalgata de Reyes…. Lo de pasada de moda no sé… Yo más bien trabajaría aquí con otro concepto que es el de lo extemporáneo. Es decir, lo que está fuera de su tiempo. Y aquí si puedo afirmar con rotundidad que los adornos navideños son kitsch ¡cuando ya ha terminado la Navidad! A pesar de que los más pequeños de la casa estén tan felices con el árbol puesto aún en marzo. No digamos escuchar un villancico en un chiringuito de playa en pleno verano. No deja de ser curioso que estemos dispuestos a aceptar una estética determinada, que en cualquier otro momento del año nos podría parecer horrible, porque es Navidad. Es como si tuviéramos dos varas de medir. Y en Navidad, todo vale. ¿Cuál es el mecanismo por el que aceptamos este hecho? Es sencillo, vamos a echar mano de la semiótica pragmática. Las cosas no son de un modo u otro de forma absoluta. Son, o mejor dicho, creemos que son de un modo u otro en función del contexto en el que las interpretamos. Es decir, nuestra manera de dar sentido a los estímulos que nos rodean depende del contexto puntual en el que los interpretamos. Y gracias a Dios, porque si no pareceríamos marcianos que acaban de llegar a la tierra, al estilo de Gurb, el personaje del flamante premio Cervantes de este año. Y esta realidad es aplicable a la interpretación que nuestra mente hace de cualquier estímulo que le llega, otorgándole un significado y actuando de una forma u otra. Lo que pasa es que el momento puntual puede ser entendido como una época. Por eso los adornos de Navidad también se han ido transformando y algunos nos pueden parecer a la moda y otros anticuados. Y por eso mismo surgen corrientes que se van aceptando aunque parezca difícil, como el New Ugly en el diseño, el feísmo.
Así que yo creo que te puedes seguir sintiendo súper cool gustándote los adornos navideños. Puedes disfrutar con una amplia sonrisa frente a la bola de Navidad de la Plaza Mayor. Eso sí, siempre que tu fiebre no sobrepase las fronteras temporales del Adviento y la Navidad, que en nuestro país se alarga hasta Reyes. Así que disfruta de las bolas de colores y de las luces del árbol, del dorado de los envoltorios y de la iluminación de las calles. Pero tampoco te pases en decorar la casa a lo Homer Simpson y sé muy cauto cuando te inviten a esas fiestas de jerséis feos de invierno que se pusieron de moda hace un par de años: hay cosas que son feas las mires por donde las mires. Que luego quedan fotos de las que te arrepentirás toda la vida.