// Publicado originalmente en El Día de Salamanca el 18 de marzo de 2017 //
Al adjetivo ‘positivo’ relacionado con ‘felicidad’ por influencia anglosajona le está pasando un poco como a otros tantos. Que de tanto usarlo, de manoseado que está, ya no se sabe ni de lo que se habla. No hablamos aquí del buenrollismo que propagan por las redes sociales marcas como Mr. Wonderful, que son maravillosas y se están haciendo de oro aprovechando nuestra falta de autoestima. Tampoco de ese falso optimismo que les lleva a afirmar a algunos buhoneros del coaching que cualquier cosa que se proponga uno la puede conseguir. Que no. Que no es tan fácil. Y no digo incluso que estas cosas no le hayan venido bien a alguno en esta dura crisis que hemos pasado. Lo que sí digo, es que esa manera de entender el ‘positivismo’ raya la estupidez y es, sin duda alguna, bastante naif. De lo que sí hablamos es de un enfoque en el que varias ciencias han recogido el testigo de la Filosofía y que se preocupan de estudiar cómo los humanos podemos alcanzar la felicidad, si es que eso es posible.