// Publicado originalmente en El Día de Salamanca el 18 de marzo de 2017 //

Al adjetivo ‘positivo’ relacionado con ‘felicidad’ por influencia anglosajona le está pasando un poco como a otros tantos. Que de tanto usarlo, de manoseado que está, ya no se sabe ni de lo que se habla. No hablamos aquí del buenrollismo que propagan por las redes sociales marcas como Mr. Wonderful, que son maravillosas y se están haciendo de oro aprovechando nuestra falta de autoestima. Tampoco de ese falso optimismo que les lleva a afirmar a algunos buhoneros del coaching que cualquier cosa que se proponga uno la puede conseguir. Que no. Que no es tan fácil. Y no digo incluso que estas cosas no le hayan venido bien a alguno en esta dura crisis que hemos pasado. Lo que sí digo, es que esa manera de entender el ‘positivismo’ raya la estupidez y es, sin duda alguna, bastante naif. De lo que sí hablamos es de un enfoque en el que varias ciencias han recogido el testigo de la Filosofía y que se preocupan de estudiar cómo los humanos podemos alcanzar la felicidad, si es que eso es posible.

Creo que de entre todos los deseos que me ofreciera el mago de una lámpara maravillosa elegiría, sin duda, el de que cada ser humano fuese feliz. Ahí es nada. Pero como ya habrás adivinado, ser feliz no es cosa fácil. Como en casi todo, no nos ponemos de acuerdo ni si quiera en definir la felicidad misma, así que mucho menos en aclarar cómo debemos actuar para llegar a ser felices. Sobre este tema se ha escrito durante siglos, pero de entre lo poco que he leído al respecto me quedo con la definición de Bertrand Russell: “El hombre feliz es el que no siente el fracaso de unidad alguna, aquel cuya personalidad no se escinde contra sí mismo ni se alza contra el mundo. El que se siente ciudadano del universo y goza libremente del espectáculo que le ofrece y de las alegrías que le brinda, impávido ante la muerte, porque no se cree separado de los que vienen en pos de él. En esta unión profunda e instintiva con la corriente de la vida se halla la dicha verdadera”.

Si bien el filósofo nos aclara algo… nos deja en las mismas: ¿cómo conseguir este estado continuo de dicha verdadera? Y ahí es donde nos viene a aclarar algunas cosas la ciencia. Aunque es verdad que para la ciencia, trabajar con un concepto tan etéreo es un papelón. No obstante, y resumiendo mucho, llega a conclusiones parecidas a las que ya habían llegado antes los filósofos, sólo que con relativas certezas y alguna novedad. Inserta un componente genético en la responsabilidad de nuestra felicidad, dejando ¿sólo? un 40% de la fórmula en la manera gobernar y entender nuestras vidas. Y otorgando ¡sólo! un 10% a las circunstancias que no dependen de nosotros. Así se explica que haya gente feliz sin tener nada o teniéndolo todo. O que gracias a la capacidad que hoy otorga la tecnología hayamos podido comunicarnos con personas que no pueden mover una sola pestaña, y saber que son felices porque le encuentran un sentido a sus vidas viendo crecer a sus descendientes.

Esta visión supera la falsa dicotomía entre eudaimonía (la felicidad en la virtud) y hedonismo (la felicidad en los placeres) creando un equilibrio entre ellos, aunque dejando claro que sólo el hedonismo no conduce a la verdadera felicidad. Y es que es algo bien simple, aunque nada sencillo. Hablo de poder tener una vida plena y próspera, por pleno derecho, frente a una vida que se conforma con la mera ausencia de dolor, la mera subsistencia… algo tan castellano…

Y aquí llega el pequeño papel del Diseño Positivo. Podríamos hablar de Diseño Social, para conseguir, como diseñadores, sentirnos más virtuosos, encontrar sentido a nuestras vidas y ayudar a que otros puedan vivir mejor. También del diseño orientado al bienestar o al placer, a la ausencia de dolor o penurias. Pero a mí esto me sabe a poco. Porque yo creo que el diseño, y en realidad cualquier profesión, debe aspirar a más. No debe conformarse con que no nos duela, con que podamos transportar agua fácilmente de un lugar a otro o con que disfrutemos de la belleza de la tetera en la que calentamos el agua. Creo que el diseño se convierte en verdaderamente positivo cuando está orientado a las personas, a los usuarios, y no a las lógicas del cliente o de las consultoras. Cuando se preocupa de su bienestar y de su libertad, cuando nos ayuda a tomar mejores decisiones. El verdadero propósito del diseño positivo reside en colaborar en que nuestros congéneres puedan alcanzar una vida realmente próspera, feliz y en libertad. ¿Y eso cómo se hace? Pues, para empezar, proponiéndoselo como una meta y trabajando para encontrar la manera de conseguirlo.

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