// Publicado originalmente en El Día de Salamanca el 28 de octubre de 2017 //
La primera vez que oí hablar del podcast no le presté mucha atención. Pensé que se traduciría en que podría escuchar mis programas de radio favoritos en otro momento diferente al de su emisión, pero no valoré entonces la capacidad del fenómeno para generar contenidos frescos y fomentar nuevas audiencias.
Puede que el mayor problema, de cara al consumidor de podcast novato, sea la dispersión de plataformas de distribución. Si bien en el mundo del vídeo podríamos citar a Youtube como la madre de todas las plataformas, a la que podrían sumarse opciones como Vimeo o Daily Motion, en el caso de los podcasts, el tema no está tan claro, aunque es verdad que, si lo usamos desde el móvil, hay un montón de aplicaciones que nos permiten localizar nuestro contenido favorito. Quizá, frente a este aparente caos que luego cuando te pones no resulta ser tal, es por lo que Prisa optó por crear una plataforma propia: Podiumpodcast. O quizá lo hizo para explorar el formato, su potencial publicitario y por no quedarse atrás en un mercado hispanohablante pendiente aún de contar con una plataforma mediática que atienda a millones de oyentes. Es justo ahí donde intenta hacerse hueco Cuonda, una iniciativa con acento español que pretende fichar a los mejores podcasts en nuestro idioma, ayudarles a conseguir ingresos y donde destaca el de Politibot, realizado por los “ex-El Español” María Ramírez y Eduardo Suárez (antiguo alumno de mi facultad), junto a Jesús López Triana. No son los únicos, pero sí dos buenos reflejos de la corriente de profesionalización de este canal, que tiene aún mucho contenido amateur (lo cual no tiene porqué ser malo). Buena prueba de que la tendencia va en auge es la inclusión de esta manera de escuchar audio en el Estudio General de Medios (desde abril de 2017), algo que no ha arrojado unas cifras asombrosas, pero que sí es un indicador de que preocupa tener cifras de audiencia fiables de cara a posibles anunciantes.
En este contexto, y a base de oírle hablar de este asunto a gente sobre la que tengo cierta consideración personal y profesional (compañeros de facultad y amigos que saben mucho más que yo sobre este tema), empecé a sospechar que me estaba perdiendo algo. Así que me puse a investigar, de entrada, si había algún tipo de programa que me gustara y descubrí que, en los podcasts, como casi en ningún otro canal, se cumplen las tres funciones básicas de los medios: informar, formar y entretener. Porque hay de todo.
Yo, personalmente, empecé por descargar alguna sección de algún programa de radio que no me había dado tiempo a escuchar, pero me di cuenta de que aún tardan en subirlos un poco más de lo que me gustaría. Así que al final, la radio, entre que no tenía a tiempo mis podcasts y que en directo me gusta más, no ha sido el contenido que estoy descargando o escuchando en streaming.
Sin embargo, y ante la insistencia de mi amigo Raúl (que anda detrás de que hagamos un podcast juntos sobre aún no sabemos qué), descubrí Todopoderosos, un magnífico programa sobre cultura pop centrado en cine, literatura y cómic, con un tono un poco freak, para qué nos vamos a engañar. Y desde entonces, cuando tengo un rato, me pongo a escuchar el capítulo que toque (tiene periodicidad mensual), o alguno antiguo que no haya oído. Es, por cierto, el único formato en el que soporto el papel asumido por Sergio Fernández “El Monaguillo”, que se me hace muy cuesta arriba en otros programas. O, mejor dicho, donde me gustaba, porque la batuta de conductor la asumió directamente Arturo González-Campos, con buen tino. Por lo demás, todo es disfrutar de la erudición del salmantino Rodrigo Cortés (que cada año visita el máster de guion de mi querida facultad) y de la de Juan Gómez-Jurado, del incombustible humor de Javier Cansado y de la infinita paciencia del director del programa intentando dirigir. La combinación es explosiva. A pesar de sus ¡dos horas! de duración no se hace nada pesado, se aprenden un montón de claves sobre cine y, al final de cada episodio, se sale con unas ganas terribles de ver todas las películas de las que se ha hablado ese día. Eso, sin duda, es lo peor de todo, porque se queda uno con la sensación de todos los deberes que le quedan por hacer.