// Publicado originalmente en El Día de Salamanca el 21 de agosto de 2016 //

 

El primer día que me enfrenté a este espacio les decía que si habían oído hablar de Diseño les vendría inmediatamente a la cabeza la belleza en general o los objetos bellos en particular. También he mencionado en algún momento que el Diseño no es sólo hacer las cosas bonitas, sino que se trata de una disciplina que busca hacer la vida mejor a la gente intentando resolverle algunos problemas que padece a diario o adelantándose a ellos. Es decir, que tiene un aspecto funcional.

En esto de la belleza en el Diseño siempre ha habido controversia. Bueno, y en lo de la belleza a secas. ¿Quién decide si esto es bonito o no: cliente o diseñador?. ¿Quién establece los criterios de un canon de belleza, de una moda? Definir lo que es ‘bonito’, sin ir más lejos, no es tarea fácil. Al cliente no le gusta y pide que ‘se le dé unas vueltas’, pero no sabe expresar exactamente qué es lo que quiere, ni por qué no le gusta lo que ve, con lo que el diseñador entra en pánico y se bloquea. Eso lo saben bien los estudios de diseño. Yo mismo hablo en este espacio sobre el logo de David Delfín para la marca Alimentos de España y digo que es “un horror”, calificativo que tiene un componente claramente estético (aunque no sólo). Se presenta el cartel de las fiestas de ‘no sé dónde’ y siempre hay gente a la que no le gusta. Cambia el diseño de Facebook y todo el mundo se echa las manos a la cabeza. Por cierto, que ahora ya Facebook hace los cambios de forma gradual, para que no nos demos cuenta y así lo aceptemos mejor… pero los sigue haciendo.

Hay una cosa que parece evidente: somos animales de costumbres. Los cambios, en general, salvo excepciones, no nos gustan. Somos conservadores en lo visual. Sentimos preferencia por lo que nos resulta familiar. Mi mujer lo tiene claro. Cuando se fija en una pareja, siempre me dice que se parecen entre ellos. Y suele ser cierto. Como si uno se buscara en su media naranja a sí mismo. Aunque siempre me han quedado dos dudas. Una, si se parecen después de años, lo que podría tener otra explicación. Y la segunda, es que ella y yo, a mi entender, no nos parecemos en nada. Ella es, dicho sea de paso, mucho más bella que yo, a Dios gracias.

Para luchar contra este asunto, durante años, los diseñadores han justificado su trabajo en la funcionalidad. Un poco con complejo de arquitectos. Las cosas funcionan o no funcionan. Este logo funciona o no funciona. Este diseño funciona o no funciona. Sin embargo es innegable que una parte clave del trabajo del diseñador consiste en ser capaz de generar entornos (físicos o virtuales), objetos o grafismos estéticamente bellos. Es como su varita mágica. Aunque no se trata de algo tan sencillo como ‘me gusta’ o ‘no me gusta’.

En algunos casos esta relación estrecha entre la estética y la funcionalidad ha llevado a algunos diseñadores a decir que su trabajo es arte. Yo creo que no lo es. Algunos movimientos artísticos, desde el siglo XX, se liberaron por completo de la esclavitud de la belleza. Y ya antes los artistas no se resistieron al feísmo. Si no se lo creen, busquen ahora mismo con el móvil obras maestras como la mujer barbuda del pintor Ribera, o el aquelarre de Goya, sin ir más lejos. Sin embargo, las imágenes del Diseño, salvo en alguna corriente como el New Ugly, ciertamente marginal, o algunos movimientos anteriores relacionados con el Punk, siempre han buscado la aceptación de un público masivo. En el arte sí es posible encontrar la belleza a través de la fealdad. En el Diseño es mucho más difícil, porque el Diseño, aunque se trate de una manifestación cultural, está íntimamente ligado a la industria y al consumo.

Y por todo esto me viene a la cabeza aquella frase que todos hemos usado alguna vez: “Sobre gustos no hay nada escrito”. Y no es cierta. Sobre la belleza hay mucho, muchísimo escrito. Y se sigue escribiendo e investigando.

Así las cosas, los diseñadores buscan generar imágenes que estéticamente sean aceptadas por sus públicos, jugando con los principios universales compartidos por la Humanidad (composición, color, forma…) y combinándolos con los cánones de cada momento. Algunos neurocientíficos están estudiando cómo se comporta el cerebro humano ante el estímulo estético. Y algunos resultados demuestran que en nuestro cerebro se activan las mismas zonas cuando apreciamos algo realmente feo que cuando apreciamos que hay algún peligro y debemos salir corriendo de él. Vamos, que nuestro cerebro quiere huir de lo feo, mientras que, por el contrario, la belleza le produce placer.

Estos descubrimientos quizá nos permitan conocer qué parte de responsabilidad tiene el funcionamiento de nuestro cerebro en la apreciación de la belleza y qué parte es debida a la cultura en la que nos hemos formado. Y de esa manera, avanzaremos en el conocimiento de la cultura visual y podremos, a su vez, enseñárselo a los futuros creadores visuales.

Pero más allá de lo placentera que pueda resultar lo bello, ahora se sabe también que la belleza es útil. Se sabe que la belleza es un elemento crítico de cara a que los usuarios aprecien una mayor o menor dificultad a la hora de usar un sistema de interfaz como el del cajero automático de un banco. Es decir, que a mayor belleza, se percibe una mayor facilidad de uso. Para los diseñadores esta es una gran noticia. Porque demuestra que un buen grafismo aporta al resultado final. Que lo bello es mejor, es más rentable y más usable que lo feo. A este paso le daremos la razón a Sócrates uniendo Bondad y Belleza. Y estaremos más cerca de la Verdad.

*Imagen: Neurona dibujada por Ramón y Cajal. Fuente (desgraciadamente, no existen imágenes de calidad de los dibujos de Cajal disponibles en la red. O yo al menos no las he encontrado.

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