// Publicado originalmente en El Día de Salamanca el 18 de septiembre de 2016 //

Cada curso es lo mismo. Cada vez que me pongo delante de un nuevo grupo de estudiantes me viene la misma sensación. Mira que ya cuento años y peino alguna cana, pero nada, no lo puedo evitar. A veces, hasta miedo. Recuerdo cómo los primeros años me temblaba la voz. Y no sé quién tenía más miedo de los dos: si ellos, los estudiantes, o yo. Hace tiempo que perdí el miedo a hablar en público, al menos cuando se trata de hablar de lo mío: una charla, un congreso… Pero esto es diferente: el primer día de curso es otra cosa.

Aún recuerdo cómo fue el mío. Éramos unos pardillos. Pero unos pardillos llenos de ilusión y de ganas de comernos el mundo y salvar al periodismo mundial. Recuerdo cómo la serendipia me trajo hasta aquí. Yo andaba un poco perdido (aún lo estoy). Un amigo que estudiaba periodismo en Madrid. Una amiga un poco más que amiga que también venía a Salamanca. Dos hermanos que habían estudiado aquí. Y una ciudad que yo siempre asocié con mis estudios universitarios. No quería ir a Madrid. Además, a todo ello, se unió la doble suerte de que ‘la Ponti’ hubiese abierto Periodismo hacía un año y de que mi familia, en el sentido más extenso de la palabra, estuviera dispuesta a costearme los estudios ¡en una privada!. Siempre les estaré eternamente agradecidos.

Muchas fueron nuestras quejas. Ser de una facultad que estaba naciendo tenía sus inconvenientes, pero creo que la mayoría de nosotros supimos aprovechar más bien las ventajas de ser pioneros. Recuerdo a mis compañeros. Unos son hoy colegas, directivos, periodistas, jefes de prensa, directores de comunicación… Otros están en otras lides, desengañados de una profesión tan maltratada. Lo recuerdo vívidamente. No hace tanto tiempo. O sí…

El caso es que cuando me enfrento a un nuevo curso, me vuelve a pasar. Y eso que me acuerdo de cómo estaba yo, y por tanto de cómo están ellos. Pero son demasiadas horas juntos en un aula como para no sentir vértigo por la responsabilidad. La perspectiva da para darse cuenta de que en unos casos se aprovecha más que en otros. Pero es que debe ser así. Yo entiendo la universidad como un pasillo en el que los profesores vamos abriendo puertas a los alumnos. Los hay que se conforman con aprender a abrirla. Otros, se asoman y no les gusta lo que ven (normal, no tiene por qué llover a gusto de todos). Y algunos, abren los ojos como platos, entran y no paran hasta que no han descubierto las otras cincuenta puertas que aparecen cuando uno accede a un área de conocimiento. Sabes que has logrado el objetivo cuando unos cuantos han aprendido a abrir las puertas ellos solos. Eso es una descarga de adrenalina. Pero también sabes que has hecho algo importante cuando te encuentras con antiguos alumnos y les ves haciendo cosas interesantes, felices, trabajando en lo que les gusta. Como, por ejemplo, en este periódico.

Me vienen a la cabeza grandes profesores que tuve a los que se les iluminaban los ojos mientras mostraban un gesto entre la infinita concentración y el eureka cuando nos intentaban explicar algo que ellos estaban viendo con claridad, transmitiéndonos así la trascendencia de lo que decían. Siento ese vértigo cuando tengo que hacer visibles mundos que se me aparecen en toda su complejidad. Mundos cambiantes, como el de la comunicación. Mundos que están en continua transformación a una velocidad muy superior a la de los planes de estudio. Pero mundos que, en el fondo, tienen bases, algunas remotas en el tiempo, consolidadas en muchas ocasiones por otras ciencias que debemos saber aprovechar y combinar con la pericia de observar lo que sucede a nuestro alrededor para saber transmitirlo con perspectiva. Mirar lo cotidiano con sorpresa, como si fuera la primera vez.

Pero vayamos terminando. Seguro que últimamente, amable lector que has llegado hasta aquí, le has preguntado a alguien cercano a qué se dedica. Y te ha contestado con un palabro ininteligible en inglés o con el nombre de una profesión seguido de un ‘pero…’. Vamos, que te has quedado como estabas. Y es que la hibridación de los perfiles profesionales es una realidad cada vez más clara. Y cada vez es más normal estudiar una cosa y trabajar en otra. Lo cual no quiere decir que no se aproveche lo aprendido o que no tenga sentido estudiar una carrera. Tampoco que la universidad no tenga que cambiar, transformarse y adaptarse a un nuevo entorno en el que los títulos no serán tan preciados como lo eran antes. ¿Qué haremos sin tan valiosa arma?

Con este panorama fascinante… cómo no voy a sentir mariposas en el estómago… Cada curso una más. Este año cuento veintidós.

 

Imagen: Mariposas monarca. Fuente: Todos con la monarca

2 comentarios en «Veintidós mariposas en el estómago»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *